Durante el verano de 1921 el ejército español padeció lo que hasta
ahora debe considerarse como su mayor derrota militar y que luego fue conocido
como “El Desastre de Annual”. En este
episodio murieron alrededor de unos doce mil soldados españoles, prácticamente
todos ellos soldados de reemplazo, con escasa preparación, mal armados y
deficientemente equipados. Si unimos a esto la desgraciada planificación
estratégica llevada a cabo por el alto mando español, que desperdigó las tropas
en ciento cuarenta y cuatro posiciones a
lo largo de la ruta que abarcaba desde Melilla hasta Annual, sin dotar estas
posiciones con la debida protección, sistema de suministro de armas, alimentos
y sobre todo agua, aquello estaba destinado inevitablemente a la mayor de las
masacres.
Posición española masacrada |
La locura se apodera de las tropas, cunde el “sálvese quien pueda”, un ejército en total desorden, disperso, constantemente
acosado, preso del miedo y la desesperación al verse indefenso, abandonado a su
suerte y sin capacidad de reacción, intenta replegarse hacia Melilla, lo que
consideraban su salvación. A ellos se unen comerciantes y civiles.
Prácticamente todas las unidades pierden su cohesión y por tanto su mínima
posibilidad para defenderse.
Las Cargas del Regimiento de
Alcántara.
Tte.Coronel Primo de Rivera |
Durante la caótica huida, se dejan en el camino heridos, armas y
suministros. Los cañones abandonados son vueltos contra los españoles por los
rifeños, los cuales obligan a los artilleros prisioneros a disparar contra sus
propios compañeros bajo la amenaza de ser degollados allí mismo.
El Regimiento Alcántara se despliega a lo largo de la larga columna de
agotados, famélicos, sedientos y desmoralizados soldados. El plan era claro,
posiblemente una de las pocas órdenes con sentido que se dieron aquel día, la
caballería protegería la retirada de la infantería. Los mandos sabían
perfectamente que aquello conllevaba sacrificar el regimiento Alcántara. Los
ataques que se esperaban por la retaguardia debían ser repelidos por cargas de
caballería que permitiesen continuar la andadura de tan lamentable comitiva hacia
Melilla y, así lo creían, la salvación.
1ª Carga
Al poco tiempo de iniciarse la marcha, los rifeños atacaron la
columna. En principio se abalanzaron contra grupo adelantado de heridos, la
caballería, liderada por Primo de Rivera desenvaina sus sables y efectúa la
primera carga de aquel fatídico día 23 de julio.
Más tarde cuando la columna española en desbandada alcanza el cauce
del río Igán, se produce un gran ataque de las harkas (agrupaciones de
guerreros) rifeñas. Primo de Ribera se da cuenta de lo que aquello significaba
y que estaba en las manos de sus escuadrones de caballería la salvación del
ejército, por ello se dirige a sus tropas diciendo “¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con
su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres
españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos”
Carga del Reg. Alcántara |
Al grito de ¡España! con sus sables brillando al sol, acometieron
contra los moros, que abrieron fuego causando graves bajas entre los
escuadrones. A pesar de ello, consiguieron llegar a su objetivo arrollando a
los desconcertados rifeños.
2ª Carga.
Estos, una vez sobrepasados, vieron como de inmediato, a su espalda,
se reagrupaba lo que quedaba de los valerosos jinetes y oyeron de nuevo como
las cornetas volvían a sonar y aquel regimiento, ya muy diezmado, volvía sus
grupas y efectuaba una nueva carga contra la retaguardia de aquellos que amenazaban
la columna española, ya no había tantos sables brillando al sol.
Los del Alcántara alcanzan nuevamente su objetivo arrasando a los
moros pero dejando la árida tierra de Marruecos llena de cadáveres de hombres y
caballos. El regimiento estaba ya prácticamente destrozado, sus bajas eran muy
cuantiosas, pero habían logrado causar entre los rifeños unas bajas muy
superiores.
3ª Carga.
Los heridos eran innumerables entre los jinetes, sin embargo la fatiga
y el dolor quedaba mimetizado por la heroicidad de sus actos y el torrente de
rabia que corría por sus venas. Ante los incrédulos ojos de los marroquíes
inician, contra toda lógica, una tercera carga que, con los caballos agotados,
se produce al trote por ser éstos incapaces ya de galopar. Los moros disparan
ahora contra blancos que se movían mucho más lentos, la sangría era atroz, pero
nuevamente llegan hasta el enemigo y golpean sus posiciones con todo el ímpetu
que fueron capaces de reunir. Los moros no entendían como aquellos diablos a
caballo eran capaces de rehacerse y atacarles una y otra vez. El caballo de
Primo de Ribera pereció al final de aquella tercera carga.
4ª Carga.
Al finalizar la tercera los mandos que quedaban del regimiento ven que
la columna española que se retiraba no se había alejado aún lo suficiente para
poder considerarla a salvo. Cumpliendo con la orden que se les había dado y el
juramento de defender a la infantería hasta la muerte, inician una nueva carga,
la cuarta. Esta carga se efectúa con los que habían quedado de la tercera,
muchos de sus caballos y jinetes heridos, con los mulos utilizados para el
transporte de los suministros e incluso a pie. En aquella última carga esta
valerosa unidad queda definitivamente destrozada. De los 461 hombres que
cargaron aquel día únicamente unos 70 sobrevivieron, los cuales continuaron
escoltando la columna española en retirada.
Al finalizar aquella jornada el
Regimiento Alcántara había dejado de existir como unidad de combate.
Recibió por esta acción la Cruz Laureada de San Fernando en reconocimiento
colectivo. Esta condecoración es la máxima condecoración militar que se puede
conceder en España. Su concesión se retrasó por diversas circunstancias hasta
la publicación en el Boletín Oficial de Estado de 2 de junio de 2012, noventa
años después, el Real Decreto por el que se hacía oficial la concesión de esta
distinción al Regimiento de los Cazadores de Alcántara, 14º de Caballería por “...los hechos protagonizados en las jornadas
del 22 de julio al 9 de agosto de 1921, en los sucesos conocidos como 'El
Desastre de Annual, donde dicha
unidad combatió heroicamente protegiendo el repliegue de las tropas españolas,
desde las posiciones de Annual hasta Monte Arruit, hasta el punto de que las
bajas sufridas fueron de 28 jefes y oficiales de un total de 32 y de 523 de
clases de tropa de un total de 685 en filas”.
Su jefe Primo de Rivera, moriría días más tarde en Monte Arruit a
causa de la gangrena de una herida producida por una granada de artillería
durante la defensa de aquella fortificación y después de habérsele amputado un
brazo en vivo.
La última resistencia: Monte
Arruit
Los restos del Regimiento Alcántara se unen a las fuerzas que resisten
en Monte Arruit que, totalmente abatidas, difícilmente pueden ser consideradas
ya como una fuerza de combate. Otra vez la sed, hace de aliado de los
atacantes, el manantial se encuentra a 500 mtrs. de la posición. Llegando el
momento en que se hace imposible realizar “aguadas”
por verse totalmente cercados. Los soldados acaban con las últimas reservas,
llegando a beber sus propios orines endulzados con azúcar y refrescados durante
la noche al relente. El General Navarro es finalmente autorizado a rendirse.
Dispone lo que queda de sus tropas, tras deponer las armas, para un repliegue
hasta Melilla amparado por las honrosas condiciones de su rendición. Cuando
salen de la posición los rifeños atacan a traición, despiadadamente, con saña y
atroz brutalidad a los desprotegidos soldados. Tan sólo unos sesenta de los
casi seiscientos que se habían rendido logran llegar a Melilla. Meses después
cuando los españoles regresan a Monte Arruit encuentran los cuerpos de cientos
de esos soldados españoles, entre ellos muchos de los del Alcántara, aún
insepultos y terriblemente mutilados.
Melilla.
El día 23 de julio, a Melilla llegaban riadas de soldados agotados,
aterrorizados y muchos de ellos perturbados por lo que habían vivido o visto en
los pasados días. El desánimo primero, la desesperación después y finalmente el
espanto y el miedo de verse la ciudad entera indefensa ya que en ella apenas
había 1500 soldados, la mayoría de ellos de intendencia y oficinas, provocó una
desbandada generalizada de la población hacia el muelle.
Esos acontecimientos tengo el honor y la suerte de poder relatarlos
con pleno conocimiento, ya que me fueron directamente transmitidos por mi madre,
a la cual se los relató con todo detalle, mi abuela. Ésta, llevada por los
relatos de horror de los soldados que llegaban, el miedo, la histeria que
recorría la ciudad y ante la certeza de que nada se interponía entre los moros
y la indefensa población civil, cogió a sus cuatro hijos pequeños, uno de ellos
un bebé que apenas andaba, y corrió con un atillo de ropa y unas pocas
pertenencias de valor hacia el muelle de Melilla.
Se rumoreaba que el General Silvestre se había suicidado y de la
columna del General Navarro en retirada no se sabía nada (estaban copados en
Monte Arruit). Aquello era un verdadero caos, el pánico se dibujaba en las
caras de la gente, una marea de personas, hombres, mujeres y niños se dirigían
de un lado a otro de aquel estrecho muelle buscando un inexistente medio para
huir de la ciudad. Los pocos soldados y marineros que guardaban el muelle se
vieron arrollados por la muchedumbre, la masa estaba enloquecida, se
atropellaba, se golpeaba, se insultaba en busca de una lancha o barcaza para
escapar.
Aproximadamente sobre las dos de la tarde alguien gritó ¡¡viene un
barco!!, aquella noticia corrió de boca en boca como la pólvora. A las tres de
la tarde, poco más o menos, del día 24 atraca el “Ciudad de Cádiz”. Aquel barco
apareció ante los melillenses cargado de tropas legionarias que se habían
subido a los palos y saludaban agitando sus sombreros y sus banderas. Un
oficial, que luego supo que era Millán Astray, se dirigió al gentío desde el
barco. Mi abuela desde la lejanía no entendía lo que aquel oficial decía, pero
lo cierto es que en cuestión de minutos, todo cambió, descendieron del barco unos
hombres sucios, barbudos, recios, decididos – los legionarios -, su sola marcha
desfilando y cantando a través de las gentes provocó una multitud de vítores y
aplausos. ¡¡Estamos salvados!! eran las palabras que ahora corrían entre los
melillenses.
La doctrina imperfecta
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