El sistema de autogestión yugoslavo
marcó un hito en su época. Podía describirse como un híbrido constituido
por varias formas de organización económica. No era un socialismo
planificado como ocurría en la Unión Soviética, ni tampoco una mera
economía de mercado. Era más bien algo intermedio. El socialismo
yugoslavo no era solamente una economía de propiedad social; abarcaba
muchas otras formas de propiedad. Este sistema gozó de una gran
popularidad en su época, no solamente entre la izquierda, sino también
entre otros poderes políticos. La diversidad de elementos organizativos
era muy amplia. Por un lado, existía en Yugoslavia una administración de
cuadros relativamente estricta y una administración de cuadros del
partido; por otro, una democracia directa, particularmente en las
fábricas: por una parte, el control del partido; por otra, el control
del trabajo. Evidentemente, estos elementos no eran siempre radicalmente
opuestos, dado que el partido gobernante y el trabajador compartían la
misma ideología, es decir, el comunismo, la ideología de izquierdas.
Sin embargo, surgieron diversos
conflictos entre estos poderes. La verdadera democracia directa tuvo
lugar únicamente en los niveles inferiores. Era precisamente en estos
niveles, donde existía una verdadera democracia y donde todo el mundo
podía participar en la toma de decisiones. Pero, al igual que ocurría en
el resto de países comunistas, la democracia en los niveles superiores
era casi inexistente. El control sobre esta democracia directa lo
ejercía un estricto partido de cuadros. Aunque esto era solamente una
parte del todo. La otra parte estaba formada por las economías
planificadas y las de mercado. Especialmente después de 1965, Yugoslavia
gozaba de una economía de mercado relativamente liberalizada. Este
hecho constituía una respuesta a la Unión Soviética. Toda la ideología
de la autogestión yugoslava fue descrita como una especie de tercera
alternativa, que los funcionarios socialistas yugoslavos ponían
continuamente de manifiesto. No era ni socialismo planificado ni
capitalismo. Era un punto intermedio entre estos dos polos opuestos; una
democracia con un verdadero autogobierno. Y esta ideología de la
tercera alternativa permitía además una política exterior mucho más
flexible y beneficiosa, tanto en Oriente como en Occidente.
Las decisiones que se tomaban en las
plantas de producción, se hacían de forma independiente; los consejos
obreros eran soberanos, aunque estuvieran bajo el auspicio del partido
gobernante. Se diferenciaban varios aspectos: aquéllos en los que los
consejos obreros eran soberanos, y otros en los que dependían de los
decretos procedentes de las autoridades. En lo que respecta a la
distribución de los ingresos percibidos en las empresas, los consejos
obreros, representados por todos los obreros y no únicamente por los más
cualificados, disponían de total independencia en la toma de
decisiones. ¿Qué porcentaje de ingresos debía distribuirse, qué
porcentaje debía destinarse a otro tipo de actividades?, etcétera.
Sin embargo, en las plantas de
producción surgían también diversas cuestiones técnicas, donde los
controles laborales no eran soberanos. Estas cuestiones eran puramente
técnicas, o bien asuntos relacionados con la ingeniería, tecnología,
etcétera. En estos casos, los expertos eran soberanos. Existían, por
tanto, tres áreas: una primera área relacionada con las cuestiones
puramente técnicas, una segunda dedicada a los asuntos de distribución
dentro de la planta y la tercera, que hacía referencia al problema de la
administración de cuadros. En estos casos, el comité del partido
siempre tenía la última palabra y no existían decisiones soberanas por
parte de los consejos obreros. Se podría decir que era una democracia
directa mixta compuesta por varias capas. No obstante, si la comparamos,
por ejemplo, con el estado actual en el que se encuentra Yugoslavia,
donde impera una especie de capitalismo salvaje, podríamos decir que era
una democracia que funcionaba relativamente bien. La clase trabajadora y
la gente pobre disfrutaba de una clase de derecho soberano, que no
tienen hoy en día. No se puede calificar el sistema de autogestión
yugoslavo en su totalidad de totalitario, pero tampoco debemos idealizar
este tema del socialismo. La verdad subyace en un punto intermedio,
como ocurre en el resto de áreas. La verdad se erige entre estos dos
polos: un sistema unipartidario que disfrutaba también de una democracia
directa en los niveles inferiores. Por ejemplo, en lo que respecta a
los trabajadores, éstos no podían perder sus trabajos si el consejo
laboral no se encontraba activo. La decisión final no dependía de la
dirección. El consejo laboral, representado también por los
trabajadores, decidía la valía de un trabajador. Hoy en día, únicamente
son válidos los decretos. Asimismo, los consejos laborales eran
soberanos en otros asuntos sociales, como era el caso de los
apartamentos, vacaciones y distribución de ingresos.
Evidentemente, la lista de problemas era
innumerable. A continuación, me gustaría aclarar una serie de problemas
estructurales. El sistema yugoslavo de autogestión surgió en un estado
balcánico relativamente subdesarrollado. Ello fue especialmente
relevante para la población activa. En los años 50, y durante el período
de gestación del sistema de autogestión, el índice de población rural
subdesarrollada era bastante elevado. En primer lugar, se hizo necesaria
la creación de una clase trabajadora moderna, lo que no resultó nada
fácil debido a que muchos trabajadores habían asentado sus raíces en sus
pueblos de origen. Los agricultores tuvieron que trabajar en la
industria. Este hecho constituyó uno de los problemas fundamentales,
dado que no estaba exclusivamente vinculado a una cultura industrial,
sino también a una cultura política inmadura. El área de los Balcanes
era un mar de guerras y dictadores y no gozábamos de una extensa
tradición de cultura política. Este factor tuvo también una gran
repercusión en el sistema de autogestión. Un sistema de autogestión
puede funcionar únicamente en un entorno cultural. Sin cultura, sin
educación, sin escuelas, sin especialización, la autogestión no tiene
cabida. El segundo problema que he mencionado lo constituía el contraste
entre la democracia directa y el control ejercido por el cuadro: esta
escisión interna que tuvo lugar entre el control del partido y la lucha
de los trabajadores por crear su propio espacio democrático. Y el tercer
problema estructural importante fue el contraste predominante en
Yugoslavia entre las zonas más opulentas y las más humildes, las
repúblicas pudientes y las más necesitadas, que posteriormente entrarían
a formar parte de las naciones ricas y pobres. Desde comienzos de los
años 60, vivimos un conflicto latente entre ricos y pobres. Tito tuvo
que actuar constantemente como mediador entre ricos y pobres. Se libraba
una incesante batalla por la distribución de los ingresos federales.
Esta contradicción estructural impidió el funcionamiento del sistema de
autogestión yugoslavo.
En lo que a mí respecta, el sistema de
autogestión yugoslavo experimentó un mayor desarrollo en Eslovenia, la
república más desarrollada. En Kosovo, Macedonia y Montenegro, donde
imperaban las antiguas estructuras tribales, nunca pudo existir un
verdadero sistema de autogestión y democracia. Yugoslavia era un estado
federal compuesto por áreas muy diversas. Existían diferencias en el
ámbito de la cultura, religión y, asimismo, en el nivel industrial de
desarrollo. La coordinación se hacía una tarea impracticable. No
obstante, se hizo posible; este sistema funcionó durante al menos
cuarenta años. Además, Tito jugó un papel muy importante como líder de
un estado insólito y contradictorio.
El sistema de autogestión yugoslavo fue
una laboratorio social, además de nacional. Bajo un punto de vista
social, fue todo un experimento en el que confluyeron un sinfín de
ideas. El legado de la Comuna de París, de la democracia social serbia a
finales del siglo XIX y de la anarquía, que representaría
posteriormente un papel muy importante en la crítica del estalinismo.
Estos elementos anárquicos, y en algunos casos trosquistas, formaban
parte de la ideología del partido de Tito y favorecían la crítica del
estalinismo. Por otro lado, y como ya he comentado anteriormente, el
sistema de autogestión yugoslavo fue un laboratorio nacional, e incluso
transnacional. Este sistema fue un régimen que vio cómo convivían
pacíficamente distintas naciones, se practicaba una economía
transnacional y el líder transnacional alcanzaba una popularidad sin
precedentes, desde Macedonia hasta Eslovenia. El carisma de Tito, aunque
autoritario, tuvo una función claramente cosmopolita. Una vez lo
comparé con el carisma de Alejandro el Grande. Fue un líder autoritario,
pero acercó a personas de muy diversa índole. Eso también decía mucho
de Tito. Asimismo, me gustaría aclarar que debemos considerar la
historia de este sistema de autogestión yugoslavo desde una perspectiva
radical.
Debemos conocer a fondo la historia de
nuestro pasado para poder emitir un juicio de valor sobre el
autoritarismo del sistema imperante en aquel entonces. Fue una
democracia directa, autoritaria e ilustrada, aunque a simple vista,
estos términos puedan parecer contradictorios. No obstante, creo que
todo fue muy contradictorio. Es imposible comprender este estado
mediante el empleo de términos y categorías inequívocas.
El edificio de enfrente era el comité
central de la Liga Comunista Yugoslava. Las sesiones se llevaban a cabo
en este bonito y moderno edificio que fue construido en los años 70 y
bombardeado en 1999, aunque ya estaba bastante demolido por entonces.
Posteriormente, lo compró un empresario, que restauró el anterior Comité
Central y que ahora utiliza para sus propios fines personales. Lo que
vemos a continuación, es un momento histórico decisivo. Esta plaza, que
vivió la crítica acérrima al capitalismo, se ha convertido ahora en una
plaza capitalista y comercial.
Bajo mi punto de vista, la autogestión
no puede morir nunca. No se trata únicamente de una mera cuestión
romántica, ni tampoco de una especie de democracia totalitaria que tanto
reivindican los liberales de hoy en día. Es una democracia íntegra,
aunque lamentablemente inviable en el sistema de globalización actual.
De forma parecida a lo que ocurre con cualquier otra idea, el sistema de
autogestión debe desarrollarse en una época donde los contrastes
sociales sean lo suficientemente maduros como para crear este tipo de
democracia. Esta situación se pudo encontrar en la Yugoslavia de los
años 50 y 60, donde existía un consistente contraste entre el
estalinismo y el capitalismo liberal. Por lo tanto, no creo que haya
llegado todavía el momento de implantar un sistema de autogestión en un
capitalismo globalizado, donde la privatización es un concepto estándar.
Mi visión de lo que sería una sociedad
deseable tiene muchas vertientes. Cada época histórica crea la suya
propia. Mi opinión a este respecto es que esa visión nunca podrá ser un
capitalismo salvaje. Es necesaria una coexistencia pacífica entre los
distintos tipos de propiedad y, especialmente, entre las distintas
sociedades, tanto a escala nacional como social. Sin una paz social y
nacional, algo que conocemos muy de cerca en los Balcanes, no hay cabida
para visiones de futuro, utopías o críticas sensatas de lo que tenemos.
Por lo tanto, mi punto de vista está bastante alejado del capitalismo
normalizado en el que vivimos hoy en día.
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