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GARRRA HISPÁNICA

Juventud, acción e izquierda en Ramiro Ledesma Ramos

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Por Gustavo Morales. Ramiro Ledesma es el hombre de acción fascista español de los años treinta con una mejor preparación intelectual, visible en una amplia y permanente colaboración en los medios de pensamiento más prestigiosos y vanguardistas de su tiempo. Cuando conoció su muerte, José Ortega y Gasset declaró que no habían matado a un hombre sino a todo un entendimiento. Las siguientes líneas destacan un intelectual con formación en Matemáticas y Filosofía, que colabora en las revistas más brillantes de su tiempo, escribe ensayos y alguna novela. Un hombre de la cultura a quien su tiempo llevó a la política activa dejando atrás una brillante carrera académica.
Desde ese punto de vista, sorprende la escasa teorización del pensamiento jonsista del que Ledesma Ramos es el factotum. La explicación está en la afirmación rotunda de actualidad que realiza Ramiro Ledesma, donde la presencia en el presente mediante la acción directa es el fundamento político del nacional-sindicalismo. Sumamos los avatares azarosos de la vida en la República, que asesinó a Ramiro Ledesma, por lo que su vida política va de 1931 a 1936.
Recuerdo en estas líneas la hostilidad de Ledesma hacia los programas y las constituciones por buscar dar un marco rígido apriorístico a todo lo vivo sobre la base del racionalismo, hijo del Siglo de las Luces. Esta lucha contra el sistema, que gobierna sobre «caos, convulsión [y] ruina»{1}, se realiza bajo la bandera de lo nacional como espacio de la solidaridad. En esa tarea de creación de un nuevo tiempo, la juventud ocupa el lugar protagonista. Ledesma no añora el pasado ni filosofa sobre el futuro, vive el presente y en su acción política, corta como su existencia, apuesta la vida y la pierde. Todos los héroes son jóvenes y bellos. Ramiro cree en la liberación de la juventud, tarea violenta, heroica, que se realiza con la liberación nacional de España y la liberación social del pueblo español. Y esta tarea no se colma en libros y teorías sino en hechos que se visten de ideología.
Contra los intelectuales, los programas y las constituciones
Ramiro Ledesma es hostil a la especulación, no sólo en política, y a los avatares electorales que entregan el Estado y sus guías rectores al partido electoral victorioso. De hecho, ninguno de los grupos fascistas españoles de los años 30 del siglo XX usa en su nombre la palabra partido por el rechazo al modelo parlamentario capitalista. Sinónimos de partido: dividido, separado, fragmentado, descompuesto. Usan términos que expresan unidad como junta, falange, movimiento. En cambio, el culto al partido y a la personalidad del líder sí brilla más en los casos de las facciones fascistizadas de la derecha, es visible en Calvo Sotelo y en Gil Robles, más cómico Albiñana.
Dentro del parlamentarismo, algunos defienden la legitimidad que podrían recibir en los márgenes del sistema si se votasen a los programas y no a las campañas de imagen. Son émulos de Julio Anguita: programa, programa, programa.
Ledesma abomina de los programas. «Al intelectual se le escapa la actualidad y vive en perpetuo vaivén de futuro. De ahí eso de los programas, elegante medio de bordear los precipicios inmediatos.»{2} Ramiro Ledesma reclama la actualidad, enfrentar «los precipicios inmediatos» que los programas no encaran en aras siempre a un hipotético mañana tan común al parlamentarismo como al marxismo que se escudan tras las cifras para no compartir el dolor humano. Los intelectuales evitan la realidad porque el presente es hacer mientras el futuro se colma simplemente con decir. Los programas colman la necesidad de hechos con palabras. «Es falso que las cosas en política admitan espera»{3} escribe Ledesma en ¿Fascismo en España?
Mussolini había arremetido también contra los programas: «El fascismo no es una iglesia, sino más bien una situación. No es un partido, sino un movimiento. No tiene un programa que desarrollar para los tiempos futuros, por la sencilla razón de que el fascismo construye día a día el edificio de su voluntad y de su pasión.»{4} Sin dogmática, sin nomenclatura, incorporando a las masas a la tarea de exaltación nacional y revolucionaria. Presencia en el presente.
Ledesma se mantiene en una permanente y rabiosa actualidad, beligerante contra el encuadramiento de los programas, abierto a las influencias del sindicalismo revolucionario y hostil a sacrificar generaciones en pos de un «mañana mejor». Ramiro escribe en el mismo artículo: «No de ideas objetivas, esto es, no de pequeños orbes divinos, sino de hechos y de hombres, es de lo que se nutren las realidades políticas.» Ledesma acusa a los programas de eludir las soluciones en el presente y dejarlo todo para el «vaivén de futuro» promesa siempre por cumplir de los «pequeños orbes divinos», ese grupo de palabras vestidas de ideas que son los programas. Y las palabras no son nada cuando el papel lo soporta todo. Termina Ledesma: «Primero es la acción, el hecho. Después, su justificación teórica, su ropaje ideológico.» Esta idea la encontramos en Benito Mussolini{5} cuando abandona el Partido Socialista Italiano. Antes la había desarrollado el francés G. Sorel a quien Ramiro Ledesma y Benito Mussolini citan directamente en sus escritos. Ese activismo radical de Mussolini es esencial en su figura: revolucionario, fuera de la ley, asiduo de cárcel y exilio. Lenin escribe con motivo de su elección: «La entrada de Benito Mussolini en el nuevo equipo dirigente del PSI muestra que éste toma finalmente el buen camino.»{6}
Dos años antes, y no hablando de política sino enfocando un tema de ciencia: el postdarwinismo, había manifestado Ramiro Ledesma, en las páginas de La Gaceta Literaria, una opinión similar en la esencia: «Pretender aplicar a las ciencias naturales un patrón filosófico a priori, que no puede tener otra validez que la de satisfacer nuestro insobornable afán de ordenación y estructura, no parece tampoco muy fecundo.»{7} La crítica de Ledesma no incide contra el afán de ordenación y estructura que él comparte y transmite cuando escribe: «La transformación social que propugnamos busca precisamente la organización y la solidaridad de los españoles.»{8} Ramiro Ledesma golpea la construcción teórica que antecede a la observación de la realidad, no contra «la organización» ni la «ordenación» que él comparte. La tentación en la ciencia es retorcer los hechos para la validación de una hipótesis cuando la observación debe preceder al análisis y al planteamiento teórico, describe Sorel. Ledesma amplia sus diatribas a los programas y las constituciones porque adolecen de algo parecido: buscar encajar los hechos sociales, toda la realidad posible, la vida de cada persona, en sus rígidos modelos teóricos políticos que devienen en burocracia real y monopolio del poder. El cientifismo y el racionalismo pretenden mostrar una utopía para ocultar el presente.
Ledesma arremete contra los racionalistas y contra las constituciones como contra los programas: «Nace el Estado liberal cuando triunfaba en Europa la cultura <racionalista>. Una Constitución es ante todo un producto racional, que se nutre de ese peculiar optimismo que caracteriza a todo racionalista: el estar seguro de la eficacia y el dominio sobre toda realidad posible, de los productos de su mente.»{9}
 
Ledesma sabe lo que es ser un intelectual, lo es y junto a los maestros de su tiempo. Traduce filosofía alemana, también recibe influencias del nacional sindicalismo francés e italiano que preceden al español. «La deuda de La Conquista del Estado con el sindicalismo revolucionario puede verse en la publicación del artículo de Hubert Lagardelle», señala Jorge Lombardero{10}. Una vía sin explorar porque los hechos llevaron a la división y la guerra de Europa en dos bandos, donde las democracias se alinean con los bolcheviques.
1931 es el año en que Ledesma abandona las filas de los intelectuales para pasar a la de los hombres de acción: «Entiendo por hombre de acción, en contraposición al intelectual, aquel que se sumerge en las realidades del mundo, en ellas mismas, y opera con el material humano tal y como éste es{11}. Política, en su mejor acepción, es el haz de hechos que unos hombres eminentes proyectan sobre un pueblo.»{12} Ledesma no defiende aquí un hombre nuevo, común al mito bolchevique y nazi por no citar religiones. Ledesma defiende la necesidad de trabajar con las personas tal como son. El concepto de la política es platónico en el gobierno de la meritocracia. Pero Ledesma subraya de nuevo: «el haz de hechos.»
Critica, con sorprendente vigencia aún, el modelo electoral que prima la profesionalización partidista de los políticos: «El tremendo defecto de que adolece el sistema demoliberal de elección es que el auténtico político, el hombre de acción, queda eliminado de los éxitos. En su lugar, los intelectuales –y de ellos los más ramplones y mediocres, como son los abogados– se encaraman en los puestos directivos.» Estas palabras no facilitarán su relación con los abogados. Continua Ledesma: «El intelectual es cobarde y elude con retórica la necesidad de conceder audiencia diaria al material humano auténtico, el hombre que sufre, el soldado que triunfa, el acaparador, el rebelde, el pusilánime, el enfermo, o bien la fábrica, las quiebras, el campo, la guerra.» Esta lejanía del poder con respecto a la realidad del pueblo les lleva a fabricarse un reflejo del mundo a su satisfacción. Alguna manifestación de esta ausencia de la realidad se conoce como el síndrome de La Moncloa.
Ledesma es consciente del paso que da al dejar atrás su tarea individual por su destino de hombre de acción y así lo escribe Ramiro sobre sí mismo en tercera persona tras el pseudónimo de Roberto Lanzas: «La actividad periodística y política de Ledesma supuso para él el abandono radical de su actividad anterior, cuando se le abrían por ese camino las mejores perspectivas académicas.»{13} Ha elegido en el cruce de caminos lo azaroso, lo actual; dejando a un lado de forma consciente un brillante futuro académico. En aquel momento también había algún cicatero y breve apoyo económico.{14} Ledesma renuncia a la vida de filósofo y ensayista porque «el intelectual es refractario al compromiso verdadero. Es el hombre que especula, que temporiza, que vaticina (...) formula los problemas pero se va sin resolverlos».{15} Supera las tentaciones de una carrera académica, la comodidad erudita de la torre de marfil del intelectual.
Sin embargo, por el mismo año que Ledesma critica duramente la presencia política de los intelectuales escribe en La Gaceta Literaria, entre otros, un análisis sobre Kierkegaard. En él enjuicia Ledesma cómo «a comienzos del siglo XIX, los sistemas de filosofía estaban demasiado orientados hacia un sentido de enciclopedia y totalidad para dejar al margen sector alguno de cuestiones. Así se renovó la tradicional vena teológica.» El cambio de siglo y la llegada del pensador Kierkegaard abrieron una ventana en un ambiente cerrado. Aunque en desacuerdo a la postre, Ledesma elogia la obra del pensador danés sobre la angustia porque supone otro enfoque de la filosofía que ha venido precedido a España por el sentido trágico de la vida de Unamuno.{16} Ledesma admira el personalismo de Miguel de Unamuno y la subjetividad de Sören Kierkegaard pero no comparte sus perspectivas.
La objetividad del estudio va dejando paso a la subjetividad de la acción política en la mente y en la vida cotidiana de Ramiro Ledesma aunque el análisis del pensador, su capacidad de relacionar y la actuación del político conviven hasta su muerte. En la primera mitad del siglo pasado Ledesma profetizó hace casi setenta años: «El proceso de descomposición de la unidad, la etapa desmembradora, trae consigo sospechas terribles, en cuanto que su triunfo en España convertiría la península en zona balcanizada, con provecho evidentísimo de alguien y definitivo arrinconamiento de España como poder europeo.»{17} Su vigencia y actualidad no necesitan comentarios.
En su actividad intelectual, hace referencia al krausismo en España, escribe Ramiro Ledesma: «Hace unos sesenta años irrumpió en nuestro país un grupo admirable de señores que, entre otras cosas de rango elevadísimo, trajo aquí una filosofía. (...) Hoy el krausismo no es nada.{18} Para nosotros –jóvenes– es algo horrible y monstruoso. La filosofía contemporánea se encuentra muy lejos de los recintos aquellos. Los krausistas españoles tienen valor, no por krausistas, sino por filósofos, porque su tónica, su actitud intelectual fue la adecuada y correcta del espíritu filosófico.»{19} Ledesma afirma que ese pensamiento le parece monstruoso «hoy» y aclara que por ser «jóvenes». La juventud no es sólo la tendencia a la acción sino un punto desde donde enjuiciar el pensamiento. «Juventudes de vida española», afirma el himno de las JONS.
Juventud
La actualidad del hecho y la respuesta de la acción se sustentan sobre la juventud que es el instrumento del cambio revolucionario nacional. «Ha llegado otra vez la fortuna de arriesgarse» pide a los jóvenes la canción jonsista, y el marco de la rebelión se realiza «sobre un mundo cobarde y avaro, sin justicia, belleza ni Dios».
Con esos parámetros, Ramiro Ledesma no asume el concepto de clase de Marx ni comparte la unción por los programas. Ledesma precede a Marcuse en su definición de la juventud, en especial los estudiantes, como nueva generación revolucionaria en tanto que actúa. José María de Areilza, que conocía a Ledesma desde el otoño de 1931, atestigua: «Confiaba en los jóvenes. Creía que a ellos –estudiantes y obreros– había de dirigirse especialmente el esfuerzo de captación.»{20} Aún de diferente extracción social, los jóvenes buscan un mundo nuevo, quieren construir sus propias estructuras, llevan un mundo nuevo en sus corazones. «No pensamos contribuir a vigorizar otras consignas que las creadas por nosotros mismos. Y aludimos, al hablar así, a los esfuerzos que la generación española más joven hace ya, y hará cada día con más brío, por encontrar el camino de su propia liberación y el de la liberación nacional del país entero.»{21} Es una afirmación de independencia frente a culturas foráneas pero también ante otras capas de la población desmovilizadas, una generación que busca «su propia liberación» y la «nacional». ¿Cuál es esta liberación como generación? En el número dos de La Conquista del Estado, Ramiro Ledesma escribe: «Buscamos equipos militantes, sin hipocresías frente al fusil (...) que derrumben la armazón burguesa y anacrónica.» De las palabras a los hechos.
Ramiro lanza un mito movilizador heroico. El trabajador toma el papel del guerrero en la idea de Sorel, y a través de los sindicatos genera una nueva sociedad que surge del choque contra el viejo mundo. Ledesma busca movilizar a la juventud española en pos de esa tarea y critica a la revolución de las izquierdas partir de la revancha y obviar el valor nacional. La nación es el marco de referencia del pueblo, su hogar. «El nacionalismo de la clase media proporcionó una base común, unas pautas comunes y un marco de referencia común.»{22}
 
Acción y juventud. Ledesma recusa del mando a los hombres mayores de 45 años. El mismo no alcanzará esa edad. La experiencia hace descreídos y la fe para conquistar el pan y el imperio requiere el fanatismo entregado de la juventud. En la misma década escribe Miguel Hernández: «Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve, ni es sangre ni es juventud ni reluce ni florece.» El culto a la juventud que renacerá en los años sesenta del siglo pasado fundamentalmente a través de la música. Pero Ledesma también tiene antecedentes en la elección de la juventud como elemento revolucionario. «El programa fundamental del futurismo sería la sustitución en las funciones dirigentes del país 'de los vejestorios' por la juventud.»{23} La exaltación de la juventud pertenece el futurismo que es anterior, incluso, al fascismo.
En esa línea, en el número dos de La Patria Libre, Ramiro analiza la formación de las juventudes en los partidos socialistas y radicales, entre los que cita a la Juventud Radical-Socialista: «Pero estas juventudes (...) alimentadas exclusivamente con elementos negativos de odio a la Patria, al rico (sin amor al humilde), a la tradición espiritual de nuestro pueblo (sin tolerancia religiosa), al Ejército (sin amor a la paz verdadera).»{24} ¿Busca Ledesma el amor al humilde, la tolerancia religiosa, el amor a la paz? Ledesma quiere a la juventud para nutrirla de amor a la España imperial, al pueblo que hay que incorporar a la Historia y no como comparsa. Ledesma quiere la tolerancia de los fuertes, la paz de los valientes y la justicia de los trabajadores.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMV_YtNZwiXC2lQG1IlvplhK2oZeGAVq4yJb0WWhFdbtOxYmA5GmkPSL-xdV7uBiMOuLdUK_XVeL0gsMBXi1NX2sHeiIeq_wLS1y_W-uijOxF6cGBWrrtNizoqc46xXXvhYJskly1bqdXZ/s400/20+-+jonsistas%25282%2529.jpgPan e Imperio. Ledesma lanza un mito proletario e imperial, la acción directa es su instrumento: busca la destrucción del sistema, la abolición de la explotación económica y la liberación nacional. Desecha la vía parlamentaria, como es común en el sindicalismo mediterráneo primigenio. La vinculación social de Ledesma es clara: «Pues esos parados y esas juventudes de porvenir incierto no lo están en virtud de una crisis transitoria y concreta, sino que son víctimas de todo un sistema de desorganización y de insolidaridad.»{25} Para Ledesma el sistema a combatir promueve la desorganización, divide y vencerás. El parlamentarismo se dedica a «hacer del Estado y de la vida nacional objeto de botín transitorio, sin fidelidad esencial a nada»{26}. La política con mayúscula, la internacional, se hace inestable al carecer de política de Estado y mutar ésta al capricho del gobierno de turno. La palabra de España en el exterior pierde su garantía y el desarrollo interior fluctúa a expensas de los cambios de gobierno. Siendo de los más antiguos de Europa, el Estado español tiene una política maestra, en especial la exterior, independiente de los deseos de la figura autoritaria del momento, césar o presidente.
Y la palanca del cambio, de la liberación nacional y de la suya propia, es la juventud, la generación de su tiempo.
La izquierda nacional que no llegó a ser
Ledesma es un claro engarce con el fascismo original, la tercera lectura revisionista del socialismo que realizan revolucionarios italianos y franceses, con aportaciones rumanas. «Es interesante apuntar las relaciones que tuvo Ramiro Ledesma con los grupos inconformistas franceses de los años 30 y la influencia que ejercieron sobre su pensamiento político. Nos referimos a los contactos con los grupos de Ordre Nouveau franceses, la revista Plans y todo el círculo de intelectuales inconformistas que en esa década innovaban el mundo de la cultura y política gala.»{27} Georges Sorel y Hubert Lagardelle eran los principales sindicalistas revolucionarios. El segundo escribe en Plans en 1931: «La utopía de la democracia ha despojado al individuo de sus cualidades sensibles, reduciéndolo a la condición abstracta de 'ciudadano'.»
La Conquista del Estado es una toma radical de postura, en tiempos de guerra y revolución en España, por parte de Ledesma que busca nacionalizar el sindicalismo revolucionario de la izquierda, los anarcosindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo y los heterodoxos comunistas que el PCE exterminó durante la Guerra Civil. «Nosotros decimos al grupo disidente de la CNT, a los treinta, al partido sindicalista que preside Ángel Pestaña, a los posibles sectores marxistas que hayan aprendido la lección de octubre, a Joaquín Maurín y a sus camaradas del bloque obrero y campesino: Romped todas las amarras con las ilusiones internacionalistas, con las ilusiones liberal-burguesas, con la libertad parlamentaria.»{28} Ledesma quiere nacionalizar el espíritu de esa militancia entregada: «el nacional-sindicalismo jonsista es el auténtico guía de las masas desorientadas (...) la redención de todo el pueblo está ligado a la conquista plena de una patria fuerte, libre y enérgica.»{29} Con la diferencia esencial de lo nacional «los planteamientos sorelianos aparecerían en las formulaciones anarcosindicalistas, lo que supuso un punto de contacto entre este movimiento y el movimiento nacionalsindicalista»{30}. Poca confusión cabía entre las posiciones ramiristas y las propias de la derecha española. El fascismo «evoluciona desde la izquierda revolucionaria, progresa introduciendo elementos nuevos y necesarios (europeísmo, patriotismo, espiritualismo)»{31}
 
La crítica de Ramiro Ledesma al Estado liberal se aproxima mucho a la confederal: «Su supuesta fuerza es una fuerza adventicia, de gendarmería, pero sin realidad alguna honda. Y este bagaje armado a su servicio reconoce, como señala Sorel, un origen pintoresco. Cada triunfo revolucionario demoliberal traía consigo un aumento de fuerza pública para consolidarse y una centralización –no unificación– frenética en las débiles manos de los gobiernos.»{32} Es una concepción subversiva que desvela la naturaleza represiva del Estado. Tras los tribunales, los medios de comunicación, los votos y las urnas está el monopolio de la fuerza. No es por pacifismo por lo que Ramiro rechaza ese Estado que centraliza y no une. Ledesma piensa que «el Estado liberal se asienta sobre una desconfianza y proclama una primacía monstruosa»{33}. Esa hegemonía es la del egoísmo como motor liberal, el egoísmo individual que por arte de magia liberal muta de vicio privado a virtud pública. Ledesma se une a la prensa anarcosindicalista que acusa a ese Estado de estar sustentado sencillamente por la gendarmería. Pero a diferencia de los ácratas de la Federación Anarquista Ibérica, Ledesma reclama «el Estado militante que perfila nuestro siglo»{34}. Un Estado comprometido en una misión, no un juez que dirime los conflictos entre las partes como se limitó a ser en la vida laboral italiana y española.
El nacionalismo es un mar joven y revolucionario, está cambiando el mapa de Europa y lo hará en dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX. El nacionalismo es la causa distintiva que aleja a Ledesma del anarcosindicalismo; la cuestión social y su resolución por medio de los sindicatos la que los acerca. Entre esos puntos de contacto están el mito como icono movilizador y el desprecio por los pactos inherentes al Parlamento. El mito no era común. Es precisamente la elección del icono (el determinismo genético en los nazis, por ejemplo) la que puede generar fascismos hostiles entre sí. Si el mito era diferente, compartían nacionalsindicalistas y anarcosindicalistas un desprecio por los pactos que no favoreció el encuentro, a pesar de que las dos corrientes sindicalistas coincidían en el papel protagonista de «los Sindicatos, como células reales de la vida social, son la mejor garantía contra el paro, las crisis y la anarquización de la vida económica»{35}. Esta posición contra la anarquía y a favor del sentido nacional exaltado en un Estado militante hicieron imposible el concierto, aunque el problema principal fue la desigual correlación de fuerzas, donde la CNT, millonaria en asociados, consideró despreciable el impulso de unos pocos fascistas. El sindicalismo jonsista de hecho no pasó de ser una tendencia audaz. Las conversaciones con Ángel Pestaña se producen sin resultado tras su escisión de la poderosa central sindical.{36} El intento confeso de nacionalizar el espíritu revolucionario de la izquierda no marxista había fracasado. Sin embargo el nacionalismo sobrevivió a dos guerras mundiales y al socialismo real. Aquí y ahora «los partidos de izquierda en Cataluña y el País Vasco pierden la batalla desde el momento en que quieren competir en términos nacionalistas. Traicionan a sus bases populares porque las amordazan con la ideología nacionalista conservadora y dañan a toda la izquierda española»{37}.
Raúl Morodo define el primer semanario de Ledesma como «un fascismo de izquierdas»{38}. Arranca del movimiento socialista revolucionario que opta pro el sindicalismo como forma de vertebración, negando la racionalidad del marxismo y elevando un nuevo mito: la nación movilizada. Es un nacionalismo popular, radical, exasperado. El izquierdismo, vieja enfermedad infantil, aún encandila a algunos de los escasos fascistas españoles de nuestro siglo aunque Ledesma deja escrito: «El izquierdismo español (...) no ha podido cumplir en nuestros días misión histórica alguna.»{39} La misión que adopta Ledesma, la misión que cita en sus escritos Julio Ruiz de Alda, es fundir en una la revolución nacional y la social{40} para que España impere. La misión es España; el contenido, el pueblo y el motor revolucionario, la juventud.
Un fascista jacobino
Ledesma expone en la última revista que dirigió: «Nuestra polémica va, pues, a moverse en torno a cuanto hoy afecta a los españoles de modo más profundo: la posibilidad misma de ser o no un pueblo libre, y el hallazgo de un resorte que nos abra con claridad el camino de la redención social y de la convivencia histórica.» Ledesma creía que sí, que existía esa posibilidad de ser libres. Sin mimetismos ni búsqueda de importaciones Ramiro había optado como inspiración, que no prototipo, por una de las formas en conflicto en la primera mitad del siglo XX. «El fascismo (...) es un régimen y un estilo de vida que centuplica las posibilidades de los hombres y contribuye a dignificar y engrandecer el destino social e histórico de los pueblos. Muy difícil es, por tanto, evadirse de sus influencias en las horas mismas en que andamos aquí en pugna diaria para reencontrar y robustecer el auténtico pulso nacional de España.»{41} Su presencia con camisa negra en el Ateneo de Madrid y sus escritos ratifican el entusiasmo de Ledesma por Mussolini, que se hace algo más tibio cuando los avances se demoran en Italia y el fascismo en el poder es más potencia que acto. Poco más adelante, consumada su ruptura con Falange Española, Ledesma se manifiesta más ecléctico: «Las palabras valen poco. Si esa empresa requiere que se verifique al grito de ¡Abajo el fascismo!, pues a ello»{42}, aunque aclara que, si no todos, muchos son los caminos que llevan a Roma. Los fascistas españoles no tienen la experiencia de una guerra antes de su aparición, como ocurrió en Italia o Alemania, sino después. Los principios igualitarios, de camaradería y disciplina llegan al fascismo a través de su incorporación a filas en guerras nacionales que en España tiene lugar después y es civil, no nacionalista. La influencia de Sorel asoma de nuevo: «Las palabras son hembras y los actos son machos.»{43}
Juventud y acción. «Somos actuales» proclama Ramiro Ledesma desde La Conquista del Estado. Ese medio vitorea las revoluciones europeas contemporáneas, no por su corrección científica sino por la capacidad movilizadora para poner una nación en pie, igualitaria por lo nacional. Ledesma no busca la verdad del marxismo o del nacionalsocialismo en sus programas sino su potencia como instrumento revolucionario para movilizar, para actuar. Con esta perspectiva, Ledesma aplaude sin timidez desde La Conquista del Estado las revoluciones de Lenin, Mussolini y Hitler. Ernesto Giménez Caballero habla de una «comprensión italiana de Lenin» en el primer número de La Conquista del Estado. Ramiro Ledesma, en abril de 1931, pide al Gobierno español que reconozca al Gobierno soviético. Aplaude también el libro donde el marxista heterodoxo Maurín, en quien Ledesma tiene esperanzas similares a las de José Antonio Primo de Rivera con Manuel Azaña, implica a socialistas y republicanos en la Dictadura del general Primo de Rivera: «Maurín presenta como los hombres auténticos de la Dictadura a Sánchez Guerra, Cambó, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Lerroux y Melquíades Álvarez. Para una mente simplista de pequeño burgués, esto es un solemne disparate. Para quien examine la mecánica revolucionaria desde cierta altitud y sea dueño de un ojo perspicaz, esa lista de acusaciones adquiere plenísimo sentido.»{44} El llamamiento de Ledesma se dirige a hombres, no a instituciones o grupos.
Ramiro se alinea con las revoluciones, con el cambio vigoroso y fértil, como Sorel elogió la toma del poder por Lenin a pesar de que el francés detestaba a los revolucionarios profesionales. Ledesma no iguala, no hace tabla rasa de las tres revoluciones , las enaltece en cuanto tales pero las sitúa: «el partido fascista italiano y el nacional-socialismo alemán, entre los resucitadores y alentadores de la idea nacional contra la negación marxista, y el partido bolchevique ruso, como embestida ciega y catastrófica, pero con línea y espíritu peculiares de este siglo.»{45} Este carácter de actualidad, de enemigo caído en los primeros choques, de rival revolucionario no ofusca el pensamiento de Ramiro. En el número tres de La Patria Libre, Ledesma destaca que «el predominio izquierdista no equivale a preocupación honda, sincera y eficaz por las angustias sociales de todo el pueblo».
Ledesma extrae su praxis de las energías revolucionarias. Opta por el sindicalismo, forma del socialismo a la que V. I. Lenin critica por espontánea, para levantar un mundo nuevo donde las masas sean las protagonistas del Estado total. «Lenin debió reinterpretar el marxismo de modo de deducir la idea de que los trabajadores –por sí solos– no se hacen socialistas, sino sindicalistas, por lo que el socialismo debía serles inculcado por intelectuales de la clase media.»{46} El sindicalismo no viene inducido por intelectuales burgueses, amigos de pactos, de constituciones y de programas. El sindicalismo es la acción directa. Ledesma quiere un sindicalismo nacional superlativo: «Una España grande será imperialista, porque su influencia cultural, económica y militar, se dejaría sentir en todo el mundo.»{47} Quien al final fue imperialista y dejó sentir su triple influencia en todo el mundo fue la Unión Soviética que construyeron los bolcheviques.
Es Ramiro Ledesma casi un jacobino napoleónico. Critica a la izquierda por «no haber podido desplegar sobre España, con ardor jacobino, una bandera nacionalista, popular y exasperada»{48}. Esas tres condiciones se dan en la Francia napoleónica y también en la España que lucha por su independencia a principios del siglo XIX.
Eugenio Montes acusa a Ramiro Ledesma de tener una concepción del fascismo equivalente a la Revolución Francesa cuando, en un homenaje a Giménez Caballero, Ledesma afirma: «el fascismo es en su más profundo aspecto el propósito de incorporar a la categoría de soporte o sustentación histórica del Estado Nacional a las capas populares más amplias.»{49} El concepto de patria tras la revolución francesa sustituye a la lealtad al señor natural, quien repartía sus tierras porque la integridad nacional ni existía. «Los súbditos miraban hacia arriba a un señor, mientras que los ciudadanos eran tan iguales entre sí que ninguno de ellos tenía más derechos hereditarios que los demás.»{50} La patria es el sentido de todos y cada uno de pertenencia a una comunidad, de comunión con su tierra, su historia y su cultura con sus símbolos, diferenciada de otras naciones en el marco mundial e igualitaria en lo nacional: «queremos un estado republicano, de exaltación hispánica y de estructura económica sindicalista.» El español que sueña Ledesma participa con pasión en la vida política, económica, social, cultural y militar del país. Ledesma comprueba que ese espacio para la justicia es la nación. La crítica de Ledesma al internacionalismo de la izquierda la repite años después Robert Reich en Estados Unidos: «Cuando la gente no tiene lazos nacionales, se siente poco inclinada a realizar sacrificios o aceptar la responsabilidad de sus acciones.»{51} Esa patria popular incardina al Estado en pos de coordinar el proyecto sugestivo, la misión común, Estado que toma una forma republicana por la igualdad política y sindicalista por la dignidad del trabajo. Pero Montes se equivoca, amén de la coincidencia de incorporar al pueblo a la tarea del Estado, Ledesma no es esencial y simplemente un jacobino. «Fuera de la historia, el hombre no es nada. Este es el motivo por el cual el fascismo se opone a todas las abstracciones individualistas fundadas en el materialismo del siglo XVIII. He aquí por qué se opone a todas las utopías e innovaciones jacobinas.»{52}
 
Difusión
La primera cuestión es cómo hacer llegar esa voz al mayor número posible de españoles. Las afiliaciones fueron escasas, la llegada de las Juntas Castellanas de Onésimo Redondo multiplicaron por tres o cuatro los reducidos efectivos jonsistas bajo la disciplina de Ledesma; las tiradas de la prensa nacionalsindicalista fueron muy reducidas. Ledesma destaca la vinculación con los medios como activismo político, no quiere meros lectores ni en La Conquista del Estado ni en periódicos posteriores: «En una palabra, cuanto deseamos decir es que con Nuestra Revolucion no nace un simple periódico, sino una actividad en marcha, cuyo éxito y realización sólo es posible si logramos que participen en ella núcleos poderosos de españoles._ Y para llegar a ellos la política requiere poderosos medios de comunicación.» Ledesma ligaba su actividad militante al periodismo, como lo hicieron Indalecio Prieto y Santiago Carrillo. Areilza destaca: «Las ideas de Ramiro eran brillantes y bien acabadas, aunque él mismo dudaba de la viabilidad táctica de su propagación.»{53} Las tiradas de las sucesivas revistas eran muy limitadas como las finanzas.
El sindicalismo jonsista de hecho no pasó de ser una tendencia audaz. Su presencia se hizo sentir más por el carácter antifascista de la izquierda que hacía especial hincapié en el exterminio de los fascistas: político en los juicios y a tiros por las calles. Stanley G. Payne cita a Ledesma cuando éste califica de fascismo puro la acción directa de los antifascistas. Ninguna otra organización política verá como sus locales son cerrados, su prensa, censurada; sus afiliados, apaleados y encarcelados en el mejor de los casos; sus principales dirigentes son asesinados.
La izquierda aborreció lo hispano. Incluso muchos años después de la eliminación de Ledesma por la República, un izquierdista honesto reconoce: «Hemos considerado que era peligroso tener una identidad nacional mientras nos parecía muy democrático que existieran nacionalismos.»{54}
Estas líneas acaban sin citar a Ramiro Ledesma. Hace falta un poeta, tan necesario al hombre de acción y la leyenda. Y está a la izquierda. Antonio Machado no escribió El mañana efímero pensando en Ramiro Ledesma pero sí como él, en ese momento, desde posiciones políticas distintas compartía el espíritu de regeneración de España. Ambos contra «la España de charanga y pandereta (...) que ora y bosteza». Ledesma está retratado en los siguientes versos:
(...) Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.{55}

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